Ricardo Ruiz de la Serna | 04 de agosto de 2020
Josef Beran es un símbolo de la resistencia frente al nazismo y el comunismo en Checoslovaquia, a los que combatió con la fe, la palabra y las obras. Mostró un amor inquebrantable a su patria y a su pueblo.
Los soviéticos quieren acabar con este hombre. Desde luego, podrían matarlo sin más: un accidente, la mala suerte, una muerte que lleve, sin embargo, la huella evidente de la larga mano de Stalin. Así cualquier opositor sabrá a qué atenerse. El problema es que matar a este sexagenario es convertirlo en un mártir.
Se trata del sacerdote Josef Beran, uno de los símbolos de la resistencia frente al nazismo y el comunismo en Checoslovaquia. Natural de Pilsen, en la Bohemia Occidental, e hijo de un maestro de escuela y un ama de casa, cuando nuestro hombre nació en 1888 la monarquía de los Habsburgo dominaba buena parte del continente. A su muerte, en 1969, un Telón de Acero, en famosa expresión de Churchill, se extendía desde Stetin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Mediterráneo, y tras él estaban «todas las capitales de los antiguos Estados de Europa Central y Oriental: Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest, Bucarest y Sofía».
A nuestro cardenal, pues, le fue dado ver la desaparición del «mundo de ayer», ese universo de seguridades y certezas que describió Stefan Zweig, y el ascenso de los totalitarismos en Europa y el resto del mundo. Beran se enfrentó a todos ellos y todos ellos quisieron destruirlo.
Toda su vida la ha consagrado al sacerdocio. A los 11 años comenzó a prepararse y ya no se detuvo hasta su ordenación, en la basílica romana de San Juan de Letrán, el 10 de junio de 1911. Después de doctorarse en 1912, se dedicó por entero a la labor pastoral hasta 1932. Fue párroco rural, capellán de las hermanas de Nuestra Señora en Praga, director del Instituto de Santa Ana y profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Carolina. Entre 1932 y 1942, sirvió como director espiritual y rector del seminario de la capital de Checoslovaquia.
Ha sufrido, junto a su pueblo, el martirio de Checoslovaquia. La ocupación nazi de los Sudetes (1938), la invasión del resto del país en 1939 y el establecimiento del Protectorado de Bohemia y Moravia ese mismo año fueron los primeros pasos de una larga noche de sufrimiento y opresión. Desde su ministerio sacerdotal y sus responsabilidades institucionales en el seminario, este cura ha hablado. No lucha con las armas en la mano, como hacen los miembros de la resistencia, pero combate con la fe, la palabra y las obras, que revelan una confianza absoluta en Dios y un amor inquebrantable a su patria y a su pueblo. Después de la muerte, en 1941, de Karel Kašpar, los praguenses se quedan sin arzobispo, pero tienen a Beran, que es prelado papal desde 1936.
Los nazis saben que con este sacerdote no van a poder ni los intentos de crear una iglesia controlada por ellos, ni las amenazas, ni las extorsiones. Ya en 1937, se encargó de que se difundiese la encíclica Mit brennender Sorge, en la que el papa Pío XI denunciaba el totalitarismo nazi y su exaltación idolátrica del Estado, la nación y la raza: «Si la raza o el pueblo, si el Estado o una forma determinada del mismo, si los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto, con todo, quien los arranca de esta escala de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aun de los valores religiosos, y, divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios, está lejos de la verdadera fe y de una concepción de la vida conforme a esta».
Así, a partir de 1939, los nazis sitúan a este presbítero en lo más alto de su lista de objetivos. La ocasión de acabar con él se la brinda la represión posterior a la Operación Antropoide, en junio de 1942: la eliminación del siniestro Reinhardt Heydrich, gobernador interino del Protectorado de Bohemia y Moravia y director de la Oficina Central de Seguridad del Reich. Desde Londres, el Gobierno checoslovaco en el exilio envía un comando para matar al jerarca nazi. El 27 de mayo, lo tirotean cuando va en su coche y, el 4 de junio, muere.
Los nazis desatan una represión terrible: arrasan la aldea de Lidice y matan a 192 hombres y 71 mujeres que habitan en ella. A otras 198 mujeres las deportan al campo de Ravensbrück. A 98 niños los destinan a programas de »reeducación». Solo sobrevivirán 16. Similar suerte corre la aldea de Ležáky. Se detiene a más de diez mil checoslovacos. Muchos acaban en prisión. En total, se cifra en torno a 5.000 los muertos en las represalias de los meses posteriores.
Uno de los encarcelados es precisamente Beran. A partir del 6 de junio de 1942, empieza para él un calvario de campos de concentración que lo llevará de la infame prisión de Pankrác, a Theresienstadt y de ahí a Dachau. Allí lo liberaron las tropas del 157 Regimiento de Infantería del ejército estadounidense. Nuestro sacerdote no tardó en regresar a Praga. En mayo de 1945, apenas un mes más tarde de la liberación, lo encontramos de nuevo en la ciudad de San Adalberto como rector del seminario. El 8 de diciembre de 1946, el Papa lo ordena obispo y lo eleva a la sede arzobispal de Praga.
Checoslovaquia, rota durante la ocupación, está desgarrada por los conflictos: la colaboración con los nazis, la participación en ella de los alemanes de los Sudetes, la distancia del Gobierno en el exilio y la ocupación soviética que da alas a los comunistas. La caída del III Reich no significa la libertad para Checoslovaquia. En febrero de 1948, mediante un golpe de Estado, los comunistas checoslovacos, apoyados por el Ejército Rojo, se hacen con el poder. Cualquier esperanza de libertad y derechos individuales queda frustrada. Empieza la persecución de los católicos y resuena la voz de Beran para denunciarlo. El arzobispo prohíbe a los católicos jurar lealtad al nuevo régimen como «traición a la fe cristiana».
Las credenciales antinazis de Beran eran incuestionables. Su devoción pastoral era evidente. Su amor a la patria y al pueblo era proverbiales. A diferencia de muchos comunistas que habían huido a la URSS, este cura se había quedado en el país y había sufrido la represión, la cárcel y el campo. Tiene la Cruz de Hierro de Checoslovaquia y la Medalla de Héroe de la Resistencia. Los fieles habían recibido con júbilo la noticia de la ordenación episcopal y la elevación al arzobispado de Praga. Antes de matarlo, los comunistas tenían que hundirlo moral y públicamente. Debían arrastrar su nombre por el fango, injuriarlo, calumniarlo, difamarlo y presentarlo como un traidor a los demás y a sí mismo.
A ello se dedicó la inteligencia soviética en la primera de varias operaciones de destrucción de líderes católicos en toda Europa. Conocemos el plan para acabar con Beran gracias a Ion Mihai Pacepa, general de la Securitate -la terrible policía política rumana- y uno de los desertores de mayor rango de la Guerra Fría. Después de huir a los Estados Unidos en julio de 1978, Pacepa contó las acciones de desinformación y propaganda que la inteligencia soviética -el NKVD primero y el KGB después- organizaron para destruir a la Iglesia. Se trataba de «enmarcar» -el término en inglés es ‘framing’– a los católicos como filonazis, colaboracionistas, o enemigos del pueblo.
En 1949, las autoridades comunistas detienen al arzobispo, que ha prohibido el juramento de lealtad. Lo someten a un juicio-farsa que reproduce el modelo de las purgas estalinistas (1936-1938). El acusado no tiene la menor oportunidad de salir absuelto. La sentencia está ya dictada y el juicio solo pretende legitimarla. No hay justicia independiente, ni igualdad de armas procesales, ni garantía alguna. Los comunistas intentan que Beran ceda y renuncie a la sede arzobispal. Quieren que se retracte, que se retire, que se quiebre y que, al final, se avenga. Lo ponen bajo arresto domiciliario. Lo trasladan de un lugar a otro.
Intentan silenciarlo y que, a fuerza de desplazamientos y encierro, el pueblo se olvide de él. No sirve de nada. Este pastor no se rompe. Beran pasa privado de libertad más de catorce años. En 1963, los comunistas lo liberan en el marco de una amnistía, pero le asignan un lugar de residencia forzosa. No sirve de nada. Al final, se le prohíbe permanecer en Checoslovaquia. En 1965, el papa Pablo VI lo crea cardenal y Beran viaja a Roma, donde debe permanecer exiliado. Morirá en 1969. En 1998, el papa Juan Pablo II lo declaró siervo de Dios. Sus restos yacen en la catedral de San Vito de Praga, la ciudad que él tanto quiso.
La amarga dureza que tú sufres es, en cierto sentido, un reflejo de todos los sufrimientos que padece la patriaCarta de Juan XXIII a Josef Beran
En 1961, el papa Juan XXIII dirigió a Beran una carta con motivo del quincuagésimo aniversario de la ordenación sacerdotal de este arzobispo preso. En ella, el Papa se hacía cargo del sufrimiento del cura y del pueblo que le había sido encomendado: «Cuando te entregabas plenamente en utilidad y honor de la Iglesia y de la patria realizando muchas y laudables empresas, con un gesto de deshonrosa injusticia, fuiste arrancado de tu sede arzobispal y arrestado en un lugar desconocido, donde desde hace diez años suspiras por volver a gobernar tu amadísima grey. La amarga dureza que tú sufres es, en cierto sentido, un reflejo de todos los sufrimientos que padece la patria. En Checoslovaquia, como desgraciadamente ocurre también en otras naciones, continúa un inicuo estado de cosas contra la Iglesia: han sido suprimidas las congregaciones religiosas; abolidas las escuelas privadas; prohibida la prensa católica; impedida toda forma de enseñanza religiosa, mientras una sistemática y encarnizada propaganda atea cunde, con formas siempre nuevas, especialmente entre los jóvenes; los obispos, en gran parte, se ven impedidos para ejercer sus funciones, o encarcelados, o arrestados en localidades desconocidas; y lo mismo ocurre a los eclesiásticos, muchos de los cuales están en las cárceles o exilados, mientras algunos otros viven como trabajadores, sin ninguna posibilidad de realizar funciones sacerdotales».
Por esta fe y por este pueblo sufrió Josef Beran, a quien Benedicto XVI recordó en 2009 durante su viaje a la República Checa «por su indómito testimonio cristiano ante la persecución».
Juan Pablo II reafirmó en su encíclica Evangelium vitae la doctrina sobre la dignidad de toda vida humana. Quien vive la familia no se escapa y entiende la plenitud en juego.
Las religiosas de la red internacional Talitha Kum tienen el objetivo de recuperar la dignidad de las personas que se han convertido en víctimas de explotación y abuso sexual.